“Católico no practicante” es el rótulo con el que se presentan algunos para protestar contra la tradición religiosa en la que nacieron y fueron introducidos por sus padres sin ser consultados al respecto, mediante el rito del bautismo de infantes practicado por el catolicismo. Tradición de la cual se alejaron y decepcionaron al crecer hasta terminarla abandonando. Pero lo cierto es que dentro de la cristiandad hay muchos presuntos creyentes, católicos, ortodoxos o protestantes por igual, que son “no practicantes” pues, participando incluso de las actividades eclesiásticas y comunitarias de su confesión de manera más o menos regular y mecánica, no honran la moralidad cristiana en su vida cotidiana al desobedecer los preceptos éticos prescritos en la Biblia para todos los creyentes, en lo que algunos ya llaman “ateísmo práctico” de las grandes masas de personas que, sin negar a Dios, viven, sin embargo, como si Él no existiera. Por eso, puestos a escoger, siempre será preferible un ateo que al final, con su conducta moral, niega en la práctica su ateísmo; que un cristiano que a la postre no vive conforme a su fe y la termina negando con su conducta, como lo dio a entender el Señor al preguntar de forma capciosa a los religiosos de su tiempo: “»¿Qué les parece? -continuó Jesús-. Había un hombre que tenía dos hijos. Se dirigió al primero y le pidió: ‘Hijo, ve a trabajar hoy en el viñedo.’ ‘No quiero’, contestó, pero después se arrepintió y fue. Luego el padre se dirigió al otro hijo y le pidió lo mismo. Éste contestó: ‘Sí, señor’; pero no fue. ¿Cuál de los dos hizo lo que su padre quería?-El primero -contestaron ellos” (Mateo 21:28-31)
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