En su trato con su pueblo y con otros grupos humanos, Dios manifiesta en su Palabra intenciones, que son aquellos posibles escenarios anunciados por Él cuya realización está condicionada a la respuesta que obtenga de parte nuestra; y decisiones, que son resoluciones ya tomadas que no dependen, entonces, de lo que nosotros hagamos o dejemos de hacer al respecto. Y es en el lapso contemplado entre sus declaradas intenciones y sus irreversibles decisiones finales, en el que nuestras elecciones y decisiones en ejercicio de nuestro albedrío pueden marcar diferencias más o menos favorables en el acontecer de la historia, como podemos observarlo en la respuesta que los habitantes de Nínive dieron a la proclamación del juicio que Dios tenía la intención de ejecutar sobre ellos dado por el profeta Jonás; juicio condicionado a la reacción que ellos mostraran a este anuncio, que felizmente fue favorable, conduciéndolos al arrepentimiento que canceló, o por lo menos difirió este juicio durante un par de generaciones, hasta que la reincidencia de los asirios en las prácticas condenables denunciadas por Jonás en su momento, dieron ya lugar a una decisión irrevocable por parte de Dios anunciada a su vez, cerca de 100 años después de Jonás, por el profeta Nahúm en estos concluyentes y sentenciosos términos: “Pero acerca de ti, Nínive, el Señor ha decretado: «No tendrás más hijos que perpetúen tu nombre; extirparé de la casa de tus dioses las imágenes talladas y los ídolos fundidos. Te voy a preparar una tumba, porque eres una infame.»” (Nahúm 1:14)
Intenciones probables, decisiones irreversibles
“Debemos corregir nuestra senda cuando el anuncio de castigo es todavía una advertencia y no cuando ya sea un decreto sin reversa”
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