El futuro siempre ha inquietado y preocupado a los seres humanos, circunstancia a cuya sombra proliferan adivinos de todo tipo para aliviar la ansiedad que la incertidumbre del futuro nos provoca. Esta obsesión con el futuro lleva a muchos a descuidar lo que debemos hacer en el presente, que es lo único que está por entero en nuestras manos, como lo indicó el Señor al recordarnos en el Sermón del monte que cada día tiene sus afanes y problemas, de modo que no vale la pena angustiarse por el mañana, sino concentrarse ante todo en resolver los afanes del día y nada más. De hecho, Cristo nos sorprende, prefiriendo asegurar nuestro presente antes de formularnos promesas sobre el futuro, como lo comprobó el ladrón arrepentido crucificado a su lado, pues ante su ruego en relación con su futuro, el Señor le respondió garantizándole su presente: “Cuando llegaron al lugar llamado la Calavera, lo crucificaron allí, junto con los criminales, uno a su derecha y otro a su izquierda… – Uno de los criminales allí colgados empezó a insultarlo… Pero el otro criminal lo reprendió… Luego dijo: -Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. -Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso -le contestó Jesús” (Lucas 23:33-43). Como alguien lo dijera con gran lucidez: “Dios nunca te dice no, Él sólo te dice: ESPERA. Haz lo tuyo y deja que Dios haga su parte, pues el Señor restaurará tu pasado, bendecirá tu presente, y hará prosperar tu futuro”. No es, pues, posible disfrutar de un futuro verdaderamente próspero sin comenzar primero por asegurar la bendición de Dios sobre nuestro presente mediante la obediencia a Él.
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