La doctrina de la predestinación por la cual la Biblia nos informa que Dios nos elige de manera soberana y sin mérito de nuestra parte para llegar a ser salvos, unido al hecho de que a lo largo de la historia humana no todos los seres humanos llegan a serlo, pues únicamente los elegidos lo logran; puede dar la impresión de que Dios ejerce favoritismos arbitrarios y caprichosos o que, en algún sentido, hace acepción de personas, en contravía con lo que la Biblia dice al afirmar que Él no actúa de esta manera. Lo cierto es que la elección de Dios podrá ser inequitativa, pues no todos son predestinados para salvación, pero no es nunca injusta o arbitraria, pues quienes no son elegidos recibirán al final la condenación que en justicia merecen, mientras que los elegidos reciben perdón y misericordia de Su parte. Tanto así, que a pesar de haber elegido a los judíos como su pueblo en el Antiguo Testamento, eso no significa que toda la nación judía se salvaría en bloque con independencia de la respuesta que cada uno de sus integrantes le ofreciera a Dios de manera individual. Además, esa elección no excluyó a las demás naciones en la medida en que sus miembros estuvieran también dispuestos a reconocerlo e invocarlo con humilde arrepentimiento y fe, cumpliendo así las condiciones por Él establecidas en el evangelio de Cristo para poder ser redimidos, como lo entendió a la postre el apóstol Pedro, no sin alguna dificultad al acudir, por expresa instrucción de Dios, a casa del pagano centurión romano, Cornelio, en donde: “Pedro tomó la palabra, y dijo: -Ahora comprendo que en realidad para Dios no hay favoritismos” (Hechos 10:34)
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