Decía Miguel de Unamuno que: “Hace mucha falta que se repita a diario lo que a diario, de ‘puro sabido’ se olvida”. En efecto, las cosas cuya importancia se repite y enfatiza de manera insistente pueden ser, justamente y por esa misma causa, las que al final terminan siendo descuidadas, desatendidas e ignoradas al darlas por sentadas con actitud de engañosa suficiencia, a tal punto que llegamos a la paradójica situación de acabar obviando lo obvio. Al respecto alguien contaba que un zoológico recibió a un canguro como nuevo huésped y, considerando la facilidad para saltar que tiene este animal, cercaron su espacio con una valla de dos metros de altura, pero al día siguiente el canguro saltaba a sus anchas por todo el zoológico. Los encargados levantaron la valla un metro más, pero en la mañana de nuevo el canguro se paseaba orondo por todo el zoológico. Cuando se disponían a subir la altura de la valla un poco más, la jirafa le pregunta al canguro ¿hasta qué altura creía él que continuarían levantando la valla por su causa?, a lo que éste responde: “−Pues no lo sé; pero mientras sigan dejando la puerta abierta…”. Algo similar a lo sucedido con los fariseos, obsesionados con el cumplimiento estricto y minucioso de los detalles de la ley, al mismo tiempo que obviaban y descuidaban sus aspectos más importantes, razón por la cual el Señor Jesucristo los amonestó con tan fina ironía y refinado humor que debió causar hilaridad entre quienes lo escuchaban al acusarlos de ser “¡Guías ciegos! [que] Cuelan el mosquito pero se tragan el camello” (Mateo 23:24)
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