Personajes como Federico Nietzsche se opusieron a la fe cristiana y la atacaron argumentando que la “moral de esclavos” del cristianismo no permitía disfrutar de la vida a plenitud, sino que la restringía de manera arbitraria y la terminaba asfixiando. Y si bien siempre han existido cristianos algo disfuncionales que, por cuenta de su fe malentendida, se vuelven personas grises y anodinas que no disfrutan de la vida, la Biblia nunca ha dado pie ni respaldado esta visión equivocada de ella, como salta a la vista en las múltiples exhortaciones que nos dirige a valorarla, agradecerla y disfrutarla a plenitud mientras estemos en este mundo, en especial en el libro del Eclesiastés, haciendo todas las cosas con apasionada solicitud y diligencia, incluso las actividades que pudieran parecer más triviales, cotidianas y rutinarias, debido, precisamente, a que: “Mientras hay vida hay esperanza… Los vivos sabemos que vamos a morir, pero los muertos no saben nada… Después de morir, uno… nunca más vuelve a experimentar lo que se hace bajo el sol… Cada vez que encuentres un trabajo que hacer, hazlo lo mejor que puedas. En el sepulcro no hay trabajo, ni pensamiento, ni conocimiento…” (Eclesiastés 9:4-6, 10 PDT). Pero al mismo tiempo, nos advierte que esta vida temporal no es todo lo que hay, sino que existe una vida superior y eterna desde cuya perspectiva debemos evaluar también la vida actual, de modo que lo que ahora vemos, nos enseñe a confiar en Dios por lo que aún no vemos, pues: “Si la esperanza que tenemos en Cristo fuera sólo para esta vida, seríamos los más desdichados de todos los mortales” (1 Corintios 15:19)
El disfrute de la vida cotidiana
“El evangelio no niega como tal la vida humana inmersa en la cotidianidad, sino que niega que ésta sea todo lo que existe”
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