La conversión a Cristo introduce al creyente en muchas ricas dinámicas espirituales, cuyos favorables efectos son apreciables de modo visible y palpable en la drástica transformación de su forma de pensar, sus disposiciones y su conducta. Entre ellas sobresalen la regeneración y la renovación, unidas estrechamente en una relación de causa y efecto. La regeneración es aquella a la que Cristo hizo referencia en su diálogo con Nicodemo, al afirmar que únicamente quienes experimenten ─en virtud del arrepentimiento, la confesión y la fe en Él─ un nuevo nacimiento, podrán tener acceso a Su reino. Como tal, ésta es una experiencia crítica, un punto de quiebre determinante, una ruptura definitiva, irreversible e irrepetible con la pasada manera de vivir que tiene lugar una sola vez y para siempre en la vida de cada creyente, facultándolo para sumergirse a partir de ese momento en un continuo proceso de renovación interior, propiciado por la provechosa influencia del Espíritu Santo en su vida, generando las profundas convicciones que únicamente Él puede otorgar mediante la comunión del creyente con Dios en la oración y lectura de su Palabra y las prácticas devocionales comunitarias en el seno de la iglesia. Y aunque por lo pronto y hasta que no experimentemos la transformación final de nuestros cuerpos mediante la resurrección, en la segunda venida de Cristo, éstos sigan deteriorándose con el paso del tiempo, podemos, sin embargo, mantener la actitud y disposición de Pablo: “Por tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día” (2 Corintios 4:16)
Desgaste y renovación
“Los cristianos hemos sido regenerados, pero no podemos olvidar que si lo regenerado no se renueva a diario, termina degenerado”
Pastor Arturo bendiciones, qué bueno encontrar un artículo suyo; es un placer y es muy edificante leerlo. En dónde puedo encontrar más literatura suya?
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