Pablo se refirió a Dios diciendo que Él es un “Padre misericordioso y Dios de toda consolación” (2 Corintios 1:3), lo cual significa que, incluso en el peor de los casos, cuando pasamos por pruebas y dificultades en la vida que no se resuelven como nos gustaría, por razones que no logramos entender y que se encuentran en la insondable sabiduría de Dios; Dios se halla de cualquier modo presente otorgando manifiestas fuentes de consuelo que hacen llevadera la situación y nos hacen conscientes de que no estamos solos ni abandonados por Él, sino que Él sigue velando por nosotros y se halla en control de la situación: “porque Dios ha dicho: «Nunca te dejaré; jamás te abandonaré»” (Hebreos 13:5). El rey David dejó en los salmos constancia de esto al dirigirse a Dios de este modo: “En medio de las preocupaciones que se agolpan en mi mente, tú me das consuelo y alegría” (Salmo 94:19 DHH). De hecho, la venida del Mesías por medio de la encarnación de Cristo como hombre es considerada en la Biblia la esperada “consolación de Israel” (Lucas 2:25) y, por extensión, la consolación por excelencia de la humanidad entera. Por eso, es justamente contra el trasfondo de lo ya hecho por Cristo a nuestro favor, e independiente de las circunstancias desfavorables que eventualmente tengamos que afrontar, que podemos estar seguros de que Dios se hará presente en medio de ellas para matizarlas, aligerarlas y endulzarlas de algún modo con sus siempre gloriosas consolaciones: “Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento” (2 Corintios 4:17)
Gloriosas consolaciones
“La gloria que disfrutaremos se comienza a revelar aquí gracias a las gloriosas consolaciones que Dios nos da en el sufrimiento”
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