Volviendo con la gráfica figura de Dios como Alfarero y nosotros, los seres humanos en general ─pero los creyentes con especialidad─, como vasijas de barro moldeados por Él para usos honrosos; no debemos olvidar de todos modos el contraste y la distinción entre nuestra actual condición frágil, mortal y corruptible, al compararla con las sublimes excelencias que Dios puede depositar en cada uno de nosotros en la medida en que seamos dóciles para dejarnos moldear por Él, de modo que podamos adquirir la forma requerida para contener los tesoros que Él desea colocar en cada uno de nosotros, al hacernos beneficiarios y partícipes de talentos, disposiciones, habilidades y oportunidades únicas para fructificar en Él y glorificarlo como Él lo merece, de tal modo que los logros alcanzados a la sombra de su benéfica influencia no se nos suban a la cabeza y nos lleven a olvidar de donde proceden en realidad, en último término. Porque este contraste y estas necesarias distinciones deben mantenerse como recordatorio permanente de que las mejores y más admirables y elogiosas cualidades que podamos exhibir en nuestro carácter y en nuestras actividades cotidianas, no son al final mérito nuestro de modo exclusivo, como si obedecieran al mero ejercicio de nuestras fuerzas, voluntades y recursos con independencia de Dios; sino el mérito de Dios en nosotros en una labor mancomunada de equipo en la que Él lleva siempre la parte más determinante y decisiva, como nos lo recuerda Pablo: “Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros” (2 Corintios 4:7)
Tesoros en vasijas de barro
“Somos tan sólo barro, pero en las manos de Dios podemos llegar a adquirir formas tan útiles y hermosas como para contener tesoros”
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