Las razones, los argumentos, la elocuencia y el conocimiento discursivo pueden ser útiles para la vida cristiana en la medida en que expongan, expliquen y confirmen la verdad del evangelio, pero no son lo principal, ni tampoco lo primero en él. A diferencia de los sistemas gnósticos, en los que, como su nombre lo indica, lo primero y principal es el conocimiento ─pues sería a través de éste que se obtiene la iluminación que nos libera y salva de los condicionamientos que nos atan a este mundo─; en el cristianismo lo primero y principal es la fe, y lo segundo, la virtud o las buenas obras que deben seguir a la fe, y únicamente encontramos en tercer lugar el conocimiento en esta progresión creciente para alcanzar una fe madura. Es cierto que proveer razones veraces, convincentes y consistentes a quienes inquieren con honestidad por el cristianismo, desmonta prevenciones y allana el camino por el cual Cristo puede llegar más fácilmente al corazón de alguien, pero lo cierto es que muchos de quienes preguntan no son honestos y sus preguntas no buscan en realidad respuestas, sino que son pretextos para mantener su presunta, egoísta y pecaminosa autonomía e independencia de Dios que les permita seguir haciendo lo que quieren sin rendir cuentas a nadie. Por eso el Señor identificó a la humilde voluntad que desea hacer la voluntad de Dios, como la piedra de toque que nos permite aceptar el evangelio, creer en él y llegar a comprenderlo de manera satisfactoria, pues: “El que esté dispuesto a hacer la voluntad de Dios reconocerá si mi enseñanza proviene de Dios o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:17)
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