A diferencia de otro tipo de esperanza, la esperanza cristiana no es incierta y ni siquiera algo tan solo altamente probable, sino algo ciento por ciento seguro, si no por completo en esta vida, sí en la vida venidera, sin lugar a duda. Es decir que más temprano o más tarde, lo que los cristianos esperamos de Dios se realizará y cumplirá con creces, más allá y con mayor abundancia que nuestras más optimistas e imaginativas expectativas. Esa certeza impulsa a los creyentes y los motiva a llevar a cabo las acciones obedientes y consecuentes que se siguen de la fe, incluso con osada confianza, como lo hacían los apóstoles en obediencia al mandato del Señor de predicar el evangelio sin temor: “Los gobernantes, al ver la osadía con que hablaban Pedro y Juan, y al darse cuenta de que eran gente sin estudios ni preparación, quedaron asombrados y reconocieron que habían estado con Jesús” (Hechos 4:13). Osada confianza que viene acompañada, entonces, de valentía, constancia, seguridad, fervor y hasta elocuencia inesperada. De hecho y como ya se ha señalado muchas veces, la fe auténtica se define como confianza, siendo ésta la que diferencia la fe falsa o engañosamente insuficiente que muchos profesan en Dios, de la fe verdadera que salva, otorga sentido, mueve a la acción y orienta la vida del creyente por la senda correcta. La conexión directa entre la firmeza de nuestra esperanza y la confianza a la hora de actuar como debemos es tal, que Pablo deja constancia de ella con estas inequívocas y resueltas palabras: “Así que, como tenemos tal esperanza, actuamos con plena confianza” (2 Corintios 3:12)
Actuamos con plena confianza
“La fe implica confiar en las promesas de Dios actuando obedientes con la certeza de ver la realización de nuestra esperanza”
Deja tu comentario