Una de las sensaciones que hace presa de los creyentes ante la enorme magnitud de las problemáticas que afectan a la humanidad caída y la multitud de variables involucradas en cada una de ellas, tanto a nivel individual como a nivel comunitario en la iglesia; es la sensación de esterilidad que nos lleva a pensar que nuestros anónimos esfuerzos por cambiar de manera favorable las cosas y nuestros limitados recursos para hacerlo son tan domésticos e insignificantes que no cambian en realidad nada y que al final de cuentas no estamos más que arando en el viento. Esta sensación es reforzada por el hecho de que los medios de comunicación, inclinados como están en mayor o menor grado al sensacionalismo que resalta las malas noticias antes que las buenas, nunca dan cuenta de estas acciones aparentemente intrascendentes, sino que se enfocan en los grandes sucesos protagonizados por la gente presuntamente “importante” e influyente en virtud de su fama o celebridad, que no procede en muchos casos de haberse forjado propiamente lo que la Biblia llama un “buen nombre” o de llevar a cabo acciones ejemplares que sean dignas de imitar. Pero en contra de todo esto Dios nos exhorta y anima con la garantía de su parte de que: “No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos” (Gálatas 6:9), que complementa y ratifica lo ya previamente dicho por el apóstol: “Por lo tanto, mis queridos hermanos, manténganse firmes e inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que su trabajo en el Señor no es en vano” (1 Corintios 15:58)
A su debido tiempo cosecharemos
“Gracias a nuestra responsabilidad solidaria y comunitaria, toda acción individual llegará a afectar a la sociedad en su momento”
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