El ámbito más inmediato en el que nuestra fe es puesta a prueba y en el que deben poder apreciarse las favorables transformaciones de nuestro carácter que Dios está llevando a cabo en nosotros por medio de Su Espíritu, es el ámbito doméstico de nuestros propios hogares, en la intimidad de nuestras relaciones familiares más estrechas y de todos los días con nuestros padres, cónyuges e hijos, que son quienes primero deben poder apreciarlas y dejar constancia de ellas. Y esto es así debido a que en todos los demás ámbitos sociales en los que nuestra vida se desenvuelve podemos incurrir en mayor o menor grado y de maneras más o menos conscientes en imposturas, simulaciones y fingimientos para aparentar y transmitir una imagen artificial de nosotros que no corresponde realmente con lo que somos de la manera más natural, espontánea y no premeditada en que sí solemos actuar en el contexto doméstico de nuestras propias familias. Mostrar transformaciones de carácter favorables y evidentes en el contexto social más amplio que no se vean confirmadas en el contexto doméstico de nuestras propias familias, además de tender un manto de duda sobre nuestra honestidad y la realidad y consistencia de esas transformaciones, es en último término una victoria pírrica cuyas ganancias no podrán nunca compensar sus pérdidas. Es por eso que debemos hacer nuestra la declaración de David: “Quiero triunfar en el camino de perfección: ¿cuándo me visitarás? Quiero conducirme en mi propia casa con integridad de corazón” (Salmo 101:2)
Quiero conducirme en mi propia casa
"El ámbito en que la integridad y la práctica consecuente de nuestra fe se puede volver más difícil es el contexto doméstico de nuestra propia casa”






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