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Estudios bíblicos

Polvo y ceniza

En la tradición católica romana se celebra el llamado “miércoles de ceniza” a causa del ritual por el cual se coloca sobre la frente de los fieles una cruz de ceniza al tiempo que se pronuncia sobre ellos el pasaje de Génesis 3:19 que dice: “porque polvo eres y al polvo volverás” como recordatorio de nuestra mortalidad y de la necesidad de reconciliarnos con Dios. El polvo y la ceniza, de hecho, tienen un rico significado simbólico en la Biblia que va más allá de esto que vale la pena escudriñar un poco.  Comenzando porque el recurso a la expresión “polvo y ceniza” es una manifestación de humildad: “Abraham le dijo: Reconozco que he sido muy atrevido al dirigirme a mi Señor, yo, que apenas soy polvo y ceniza” (Génesis 18:27) y de humillación: “Me arroja con fuerza en el fango, y me reduce a polvo y ceniza” (Job 30:19). La ceniza también acompañaba las manifestaciones de duelo con sus sentimientos de dolor, vergüenza y desgracia en Israel, como la vemos en la ultrajada Tamar luego de ser violada por su medio hermano Amnón: “Al salir, se echó ceniza en la cabeza, se rasgó la túnica y, llevándose las manos a la cabeza, se fue por el camino llorando a gritos” (2 Samuel 13:19); o el patriarca Job en medio de la aflicción de su dura prueba: “Y Job, sentado en medio de las cenizas, tomó un pedazo de teja para rascarse constantemente” (Job 2:8). En otros contextos aflictivos también guardaba relación con el castigo divino por la desobediencia de su pueblo, como lo leemos en Deuteronomio: “Pero debes saber que, si no obedeces al Señor tu Dios… En lugar de lluvia, el Señor enviará sobre tus campos polvo y arena; Del cielo lloverá ceniza, hasta que seas aniquilado” (Deuteronomio 28:15, 24) y se encuentra asociada, por otra parte, con la condenación de la vanidad de la idolatría:“Los que fabrican ídolos no valen nada; inútiles son sus obras más preciadas… Se alimentan de cenizas, se dejan engañar por su iluso corazón, no pueden salvarse a sí mismos, ni decir. ‘¡Lo que tengo en mi diestra es una mentira!’” (Isaías 44:9-20).

Debido a su impacto visual y su gráfica aparatosidad, tanto en las manifestaciones sinceras de duelo como en la humillación que acompañaba al ayuno, se constituía, a su vez, en una tentación para el histrionismo efectista e hipócrita de muchos, como la encontramos de nuevo en las denuncias de las apariencias de piedad que Dios hace a través del profeta: “¿Acaso el ayuno que he escogido es sólo un día para que el hombre se mortifique? ¿Y sólo para que incline la cabeza como un junco, haga duelo y se cubra de ceniza? ¿A eso llaman ustedes día de ayuno y el día aceptable del Señor? (Isaías 58:5), figurando de forma destacada en el juicio de Dios sobre Sodoma y Gomorra: “Además, condenó a las ciudades de Sodoma y Gomorra, y las redujo a cenizas, poniéndolas como escarmiento para los impíos” (2 Pedro 2:6) y en la sentencia condenatoria final de Dios sobre las aspiraciones rebeldes de Satanás en el libro de Ezequiel: “… Has profanado tus santuarios, por la gran cantidad de tus pecados, ¡por tu comercio corrupto! Por eso hice salir de ti un fuego que te devorará. A la vista de todos los que te admiran te eché por tierra y te reduje a cenizas…” (Ezequiel 28:12-19). En conexión con las expresiones de humildad y humillación, la ceniza acompaña la actitud de oración y de súplica dirigida a Dios, como en el caso del profeta Daniel:“… Entonces me puse a orar y a dirigir mis súplicas al Señor mi Dios. Además de orar, ayuné y me vestí de luto y me senté sobre ceniza…” (Daniel 9:1-7), pero, sobre todo, del clamor de Mardoqueo y todo el pueblo judío que habitaba en los dominios del imperio persa cuando se enteraron del edicto de exterminio decretado sobre ellos por el rey Asuero a instancias del malvado Amán: “Cuando Mardoqueo se enteró de todo lo que se había hecho, se rasgó las vestiduras, se vistió de luto, se cubrió de ceniza y salió por la ciudad dando gritos de amargura… En cada provincia adonde llegaban el edicto y la orden del rey, había gran duelo entre los judíos, con ayuno, llanto y lamentos. Muchos de ellos, vestidos de luto, se tendían sobre la ceniza”. (Ester 4:1, 3).

De forma consecuente y natural, el polvo y la ceniza simbolizaban el arrepentimiento, como el experimentado por Job al final de su libro: “Por tanto me retracto de lo que he dicho, y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:6) y el de los habitantes paganos de la gran ciudad de Nínive, capital del imperio asirio, que respondieron así a la predicación del profeta Jonás dirigida a ellos a regañadientes: “Cuando el rey de Nínive se enteró del mensaje, se levantó de su trono, se quitó su manto real, hizo duelo y se cubrió de ceniza…” (Jonás 3:6-10). Y es por contraste y en respuesta a estas situaciones que Dios anuncia el perdón en virtud de la obra de Cristo en estos términos proféticos que describen su ministerio y aquello para lo que había sido enviado:“… a confortar a los dolientes de Sión. Me ha enviado a darles una corona en vez de cenizas, aceite de alegría en vez de luto, traje de fiesta en vez de espíritu de desaliento…” (Isaías 61:1-3). Curiosamente, la ceniza también se hallaba presente, de manera literal, en uno de los rituales de expiación y purificación establecidos en la ley:“»Un hombre ritualmente puro recogerá las cenizas de la vaca, y las llevará a un lugar puro fuera del campamento. Allí se depositarán las cenizas para que la comunidad israelita las use como sacrificio expiatorio, junto con el agua de purificación… »Para purificar a la persona que quedó impura, en una vasija se pondrá un poco de la ceniza del sacrificio expiatorio, y se le echará agua fresca” (Números 19:9, 17), una utilidad temporal que anticipaba la expiación y purificación final, permanente y definitiva que Cristo llevó a cabo en lo que tiene que ver con nuestros pecados, como lo explica bien el autor de la epístola a los Hebreos: “La sangre de machos cabríos y de toros, y las cenizas de una novilla rociadas sobre personas impuras, las santifican de modo que quedan limpias por fuera. Si esto es así, ¡cuánto más la sangre de Cristo, quien por medio del Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras que conducen a la muerte, a fin de que sirvamos al Dios viviente!” (Hebreos 9:13-14)

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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