Juan Calvino advertía que: “Algunos espíritus fanáticos pervierten los principios de la religión, no haciendo caso de la Escritura para poder seguir mejor sus sueños, so título de revelaciones del Espíritu Santo”. Ahora bien, en el Antiguo Testamento no era inusual que Dios se comunicara con los hombres por medio de sueños, pues: “Dios nos habla una y otra vez, aunque no lo percibamos. Algunas veces en sueños, otras veces en visiones nocturnas, cuando caemos en un sopor profundo o cuando dormitamos en el lecho” (Job 33:14-15). Moisés, a su vez, dejó constancia de esto al declarar: “el Señor dijo: «Escuchen lo que voy a decirles: »Cuando un profeta del Señor se levanta entre ustedes, yo le hablo en visiones y me revelo a él en sueños” (Números 12:6). En relación con Saúl se dice de él que: “Por eso consultó al Señor, pero él no le respondió ni en sueños, ni por el urim ni por los profetas” (1 Samuel 28:6). Podemos, de hecho, relacionar los siguientes casos de revelación a través de sueños puntuales a Abimélec: “Pero aquella noche Dios apareció a Abimélec en sueños y le dijo: ꟷPuedes darte por muerto a causa de la mujer que has tomado, porque ella es casada…” (Génesis 20:3-7); a Jacob en Betel: “Jacob partió de Berseba y se encaminó hacia Jarán… Allí soñó que había una escalinata apoyada en la tierra y cuyo extremo superior llegaba hasta el cielo… En el sueño, el Señor estaba de pie junto a él y le decía…” (Génesis 28:10-15); y luego cuando se encontraba con su tío Labán: “»En cierta ocasión… tuve un sueño… En ese mismo sueño, el ángel de Dios me llamó…” (Génesis 31:10-13). También Labán fue advertido por sueños: “Pero esa misma noche Dios se apareció en un sueño a Labán, el arameo, y le dijo: «¡Cuidado con amenazar a Jacob!»” (Génesis 31:24); y de Salomón se nos informa: “y en ese mismo sitio se apareció el Señor en un sueño y le dijo: ꟷPídeme lo que quieras” (1 Reyes 3:5). En el Nuevo Testamento ocurrió de manera semejante con José en varias oportunidades, comenzando por ésta muy conocida: “Pero cuando él estaba considerando hacerlo, se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María por esposa, porque ella ha concebido por el poder del Espíritu Santo” (Mateo 1:20)
Posteriormente en Belén y Egipto respectivamente, leemos que: “Cuando ya se habían ido, un ángel del Señor se apareció en sueños a José y dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo… Después que murió Herodes, un ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, y vete a la tierra de Israel… Advertido por Dios en sueños, se retiró al distrito de Galilea” (Mateo 2:13, 19-22), y también con los magos o sabios de oriente: “Entonces, advertidos en sueños de que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino” (Mateo 2:12), al igual que con la esposa de Poncio Pilato: “Mientras Pilato estaba sentado en el tribunal, su esposa le envió el siguiente recado: «No te metas con ese justo, pues, por causa de él, hoy he sufrido mucho en un sueño»” (Mateo 27:19). El profeta Joel ya había anunciado que en los postreros tiempos habría un especial derramamiento del Espíritu Santo que daría lugar a inspirados y reveladores sueños en los creyentes: “»Después de esto, derramaré mi Espíritu sobre todo ser humano. Los hijos y las hijas de ustedes profetizarán, tendrán sueños los ancianos y los jóvenes recibirán visiones” (Joel 2:28), anuncio que comenzó a ver su cumplimiento en Pentecostés: “»‘Sucederá que en los últimos días ꟷdice Diosꟷ, derramaré mi Espíritu sobre todo ser humano. Los hijos y las hijas de ustedes profetizarán, tendrán visiones los jóvenes y sueños los ancianos” (Hechos 2:16-17). Con todo, contrasta la escasez de sueños reveladores de parte de Dios en el Nuevo Testamento en comparación con el Antiguo y sobre todo, la ausencia total de sueños de este tipo después de Pentecostés. Parece ser, entonces, que en la iglesia los sueños ya no desempeñan el papel que desempeñaron en el Antiguo Testamento, puesto que la experiencia demuestra también que: “Donde abundan los sueños, también abundan las vanidades y las muchas palabras…” (Eclesiastés 5:7 RVR).
En efecto, la dependencia de “sueños reveladores” por parte de los creyentes termina frecuentemente relegando a un indigno lugar secundario a las Sagradas Escrituras como el insuperable punto de referencia que debería guiar la fe y la conducta del creyente. De hecho, en toda la Biblia únicamente encontramos a dos intérpretes autorizados de sueños dotados por Dios para este fin: José y el profeta Daniel. Y entre ambos tan sólo interpretaron seis sueños en el curso de sus vidas. Todo lo cual no deja de ser significativo y debería hacernos pensar en el otro lado del asunto: la abundancia de sueños engañosos por parte de los falsos profetas, contra los cuales hallamos múltiples advertencias del Señor por medio de sus legítimos profetas, como Jeremías: “«He escuchado lo que dicen los profetas que profieren mentiras en mi nombre, los cuales dicen: ‘¡He tenido un sueño, he tenido un sueño!’… Con los sueños que se cuentan unos a otros pretenden hacer que mi pueblo se olvide de mi nombre, como sus antepasados se olvidaron de mi nombre por el de Baal. El profeta que tenga un sueño, que lo cuente; pero el que reciba mi palabra, que la proclame con fidelidad. ¿Qué tiene que ver la paja con el grano?», afirma el Señor…” (Jeremías 23:25, 27-28); “Por tanto, no hagan caso a sus profetas ni a sus adivinos, intérpretes de sueños, agoreros y hechiceros…” (Jeremías 27:9); “Así dice el Señor de los Ejércitos, el Dios de Israel: «No se dejen engañar por los profetas ni por los adivinos que están entre ustedes. No hagan caso de los sueños que ellos tienen” (Jeremías 29:8); y también Zacarías: “Los ídolos con maldad hablan mentiras, los adivinos tienen sueños falsos; hablan de visiones falsas y consuelan con discursos sin sentido. El pueblo vaga como rebaño afligido porque carece de pastor” (Zacarías 10:2), destacándose entre todas ellas la siguiente solemne amonestación que no podemos pasar por alto impunemente: “Yo estoy contra los profetas que cuentan sueños mentirosos, y que al contarlos hacen que mi pueblo se extravíe con sus mentiras y sus presunciones -afirma el Señor-. Yo no los he enviado ni les he dado ninguna orden. Son del todo inútiles para este pueblo -afirma el Señor-” (Jeremías 23:32)
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