La doctrina de la Trinidad, más allá de sus aspectos y dificultades doctrinales y su carácter misterioso y cabalmente incomprensible para los hombres, por el que muchos tratan de negarla al no poderla abarcar y reducir a su propia mente finita y limitada; sigue siendo fundamental, en primer lugar porque un Dios que crea seres de carácter personal como nosotros, tiene que ser Él mismo persona, pues un ser, realidad o fuerza impersonal no podría crear seres personales que serían, pues, cualitativamente superiores a él, pues es bien sabido, por causa de la entropía, que el efecto no puede ser nunca superior a la causa. En segundo lugar, porque si bien el Creador decidió compartir con sus criaturas humanas su carácter personal, en Dios este carácter debe ser ostensiblemente superior al de los humanos, por lo que la coexistencia de tres personas diferentes en la unidad de Dios es una expresión de esta superioridad cualitativa en relación con sus criaturas personales. Y por último, porque como lo dijo el físico John Polkinghorne: “Para el cristiano la verdadera «Teoría del Todo» es la teología trinitaria… El universo es de carácter profundamente relacional y de estructura unificada, porque es la creación del único y verdadero Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo”. Saber, entonces, en Quien hemos creído involucra suscribir la doctrina de la Trinidad, aunque no la podamos nunca entender del todo como quisiéramos: “… Pero no me avergüenzo, porque sé en quién he creído, y estoy seguro de que tiene poder para guardar hasta aquel día lo que le he confiado” (2 Timoteo 1:12)
Yo sé en Quien he creído
“Quienes hemos creído y confiado en Jesucristo hemos creído por tanto en el Dios Trino, si es que sabemos en quién hemos creído”
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