El evangelio es una buena noticia ꟷla mejor de todas las buenas noticiasꟷ cuya divulgación principal más eficaz y convincente, sin perjuicio de los medios masivos utilizados para proclamarlo, es el “voz a voz” de persona a persona, o más exactamente de creyente a no creyente, en lo que suele denominarse en primera instancia como “testimonio” por el cual un cristiano que ya ha experimentado sus bondades y efectos favorable y visiblemente transformadores sobre su propia vida, los narra y comparte generosamente con quien aún no lo ha hecho invitándolo también a experimentarlos por sí mismo en carne propia. Pero adicionalmente a esto, los creyentes también están llamados a ser capaces de brindar instrucción y dirección en la fe ꟷasí sea de manera más espontánea, casual e informalꟷ a quienes responden favorablemente a su testimonio inicial y muestran interés en el evangelio, “discipulándolos” hasta cierto punto en sus contenidos con base en su mayor experiencia, de forma paralela a las responsabilidades formales e institucionales de la iglesia al respecto en cabeza de sus dirigentes, pastores y ministros. La fidelidad e idoneidad que se requiere de manera especial de estos últimos se hace, entonces, también extensiva en cierto grado y guardadas las proporciones a todos los creyentes, conforme a su propia medida de fe, de modo que la exhortación del apóstol no excluye de manera absoluta a nadie en la iglesia: “Lo que me has oído decir en presencia de muchos testigos, encomiéndalo a creyentes dignos de confianza, que a su vez estén capacitados para enseñar a otros” (2 Timoteo 2:2)
Creyentes dignos de confianza y capacitados
“El mensaje ya está dado. Lo que Dios requiere ahora es mensajeros dignos de confianza y capacitados que sepan comunicarlo bien”
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