El escepticismo filosófico, entendido como la postura que niega la posibilidad de obtener cualquier conocimiento cierto y seguro sobre la realidad de las cosas bajo el supuesto de que, en último término no existen verdades absolutas, no sólo es contraintuitivo y contrario al sentido común, sino que es el más básico, primero y principal “viento de enseñanza” denunciado por el apóstol en la advertencia insertada en su exhortación a la iglesia en estos términos, justamente para que no nos dejemos “zarandear” por ellos: “De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo. Así ya no seremos niños, zarandeados por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de enseñanza y por la astucia y los artificios de quienes emplean artimañas engañosas. Más bien, al vivir la verdad con amor, creceremos hasta ser en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo” (Efesios 4:13-15). Este tipo de escepticismo es contraintuitivo y contrario al sentido común porque, como lo decía el teólogo Han Küng, en términos normales todos los seres humanos expresamos de manera intuitiva con nuestras acciones y nuestra vida una confianza básica y radical en la realidad de las cosas, en la medida en que crecemos y vamos adquiriendo mayor conciencia del mundo que nos rodea con sus finamente ajustadas dinámicas propias, de tal modo que al decidir continuar viviendo y cumpliendo con nuestras tareas en él, estamos ejerciendo un acto de fe y refutando con nuestros actos esa clase de escepticismo, así lo profesemos de labios para afuera.
Vientos de enseñanza engañosa
“El escepticismo que cuestiona todo gratuitamente no es más que uno de esos vientos de enseñanza engañosa que soplan por doquier”
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