La frase “el hombre es la medida de todas las cosas” del sofista griego Protágoras se ha prestado para toda suerte de interpretaciones, algunas de ellas contrarias al cristianismo, para fundamentar el relativismo ético propio del humanismo ateo. Ciertamente, si se interpreta esta frase a la manera de los sofistas, dando a entender que siempre hay que valorar lo que es bueno o malo en relación con las necesidades del género humano o desde una óptica meramente humana, sin referencia a ninguna otra norma o fuente superior a la que surge del individuo o de la sociedad de la que forma parte; entonces esta consigna debe ser cuestionada desde la perspectiva cristiana. Sin embargo, en el contexto adecuado esta frase da en el punto, pues sí es, ciertamente, UN hombre finalmente el que establece la medida de todas las cosas. Pero no cualquier hombre, sino “Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2:5), que es Quien proyecta a la humanidad a su máximo potencial. Y es que, al margen de su divinidad, Cristo es el modelo perfecto de la humanidad que, en cuanto hombre nos brinda en sí mismo la medida de todas las cosas. Ya lo dijo Kierkegaard: “sólo en Cristo se hace verdad el que Dios sea el fin y la medida del hombre”. Cristo es, pues, el fundamento del verdadero y original humanismo cristiano al que hizo alusión el apóstol: “De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo… al vivir la verdad con amor, creceremos hasta ser en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo” (Efesios 4:13-15)
Jesucristo hombre
“El evangelio confirma que el hombre es la medida de todas las cosas, pero no cualquier hombre sino únicamente Jesucristo hombre”
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