La manera en que la ciencia ha mejorado nuestras condiciones de vida actual a través de la tecnología la ha llevado a envalentonarse y a procurar erigirse en el último tribunal de apelación para establecer la verdad sobre todas las cosas, en lo que se designa como “cientifismo” o “cientificismo”, que no es otra cosa que la ciencia como religión. Pero la fe absoluta en la ciencia es una apuesta muy arriesgada, pues la ciencia es por naturaleza de carácter provisional, ya que nunca puede pronunciarse de manera concluyente y final sobre ningún tema, pues los nuevos hallazgos pueden dejar sin efecto en cualquier momento las conclusiones del pasado. La fe, por el contrario, está basada en hechos consumados y confirmados de una vez y para siempre con efectos eternos, por lo que la ciencia es a la fe, lo que el sacerdocio aarónico fue a Cristo: una actividad siempre preliminar que no podrá nunca sustituirla ni responder a las preocupaciones últimas del hombre que sólo Cristo puede responder, pues: “A diferencia de los otros sumos sacerdotes, él no tiene que ofrecer sacrificios día tras día, primero por sus propios pecados y luego por los del pueblo; porque él ofreció el sacrificio una sola vez y para siempre cuando se ofreció a sí mismo… De hecho, la ley exige que casi todo sea purificado con sangre, pues sin derramamiento de sangre no hay perdón… Si así fuera, Cristo habría tenido que sufrir muchas veces desde la creación del mundo. Al contrario, ahora, al final de los tiempos, se ha presentado una sola vez y para siempre a fin de acabar con el pecado mediante el sacrificio de sí mismo” (Hebreos 7:27; 9:22, 26)
Una vez y para siempre
“La ciencia es provisional, en cambio la obra de Cristo es final y concluyente por lo que la fe en Él es también definitiva”
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