Cristo fue, es y será siempre un motivo de escándalo y tropiezo para los moralistas religiosos o seculares que piensan que pueden alcanzar el favor de Dios por sus propios esfuerzos, mediante su presunta virtud y sus buenas obras. En el campo religioso, los fariseos son tal vez el ejemplo más representativo y emblemático de esta actitud, y fue de ellos de quienes la Biblia consigna su estruendoso fracaso en alcanzar la aprobación de Dios por sus propios méritos, pues: “… no la buscaron mediante la fe sino mediante las obras, como si fuera posible alcanzarla así. Por eso tropezaron con la «piedra de tropiezo», como está escrito: «Miren que pongo en Sión una piedra de tropiezo y una roca que hace caer; pero el que confíe en él no será defraudado.»” (Romanos 9:32-33). Pablo estaba citando aquí una profecía del Antiguo Testamento que anunciaba este fracaso, identificando a Cristo como la piedra en la que tropezaron, pues con su mensaje y santidad de vida los dejaba expuestos como hipócritas y orgullosos delante del pueblo. Tanto así, que Pedro también citó la misma porción, complementándola con otras que establecen el punto con contundencia final: “Pues así también dice la Escritura: «Miren, pongo en Sion la piedra principal, elegida por su mucho valor. El que confíe en esa piedra, no será defraudado».Para ustedes los que creen, esa piedra les dará honra; pero en cuanto a los que no creen: «La piedra que los constructores rechazaron se ha convertido en la piedra principal». Para los que no creen, esa piedra también es: «Una piedra de tropiezo y roca de escándalo». Tropezaron porque no obedecieron el mensaje…” (1 Pedro 2:6-8 PDT)
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