En su conocido poema “Reír llorando” Juan de Dios Peza se refería a lo que él llamó “el carnaval del mundo” con las siguientes palabras: “¡Ay ! ¡ Cuántas veces al reír se llora!/¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,/porque en los seres que el dolor devora/el alma llora cuando el rostro ríe!…/El carnaval del mundo engaña tanto;/que las vidas son breves mascaradas;/aquí aprendemos a reír con llanto/y también a llorar con carcajadas”. Este estado de cosas en que se ríe externamente mientras se llora internamente, −en lo que suele describirse también con la expresión “la procesión va por dentro”− ha dado lugar ya a lo que se designa como la “risa del payaso”. Una risa que, en honor a la verdad, afecta no sólo al payaso, sino a gran parte de la humanidad que procura anestesiarse con las diversiones que el mundo ofrece y la risa superficial que esto produce sin preocuparse por resolver sus conflictos internos acudiendo a Cristo para alcanzar la anhelada paz con Dios, como lo señala muy bien al autor sagrado al contrastar la tristeza del mundo con la que proviene de Dios: “También de reírse duele el corazón, y hay alegrías que acaban en tristeza… Sin embargo, ahora me alegro, no porque se hayan entristecido sino porque su tristeza los llevó al arrepentimiento. Ustedes se entristecieron tal como Dios lo quiere, de modo que nosotros de ninguna manera los hemos perjudicado. La tristeza que proviene de Dios produce el arrepentimiento que lleva a la salvación, de la cual no hay que arrepentirse, mientras que la tristeza del mundo produce la muerte” (Proverbios 14:13; 2 Corintios 7:9-10)
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