Con el pretexto del respeto y la tolerancia –actitudes de cualquier modo necesarias por parte de un cristiano si de obedecer a Dios se trata−, y al amparo de ideologías muy cuestionables como el relativismo, el pluralismo, el multiculturalismo y el subjetivismo, todas ellas afirmando de un modo u otro que no existen verdades absolutas sino que todo es relativo y “depende de”, al punto de que existirían tantas verdades diferentes como personas hay en el mundo; gran parte de las sociedades de hoy eluden cualquier tipo de confrontación y debate argumentado y expuesto con firmeza y cabeza fría alrededor de cualquier tema y consideran entonces como “irrespeto” e “intolerancia” que alguien cuestione con argumentos sus creencias, así lo haga de manera respetuosa y documentada, juzgando entonces como “irrespeto” e “intolerancia” el simple desacuerdo que alguien manifieste hacia lo que ellos creen, puesto que el respeto y la tolerancia demandarían que no manifestemos de ningún modo nuestros desacuerdos hacia las creencias de otros, pues al fin y al cabo la “verdad” de mi prójimo sería tan respetable como mi verdad y por eso no debería ni tan siquiera ser cuestionada, así se opongan entre sí, algo completamente insostenible desde la lógica más elemental. Por eso, si en verdad nos importan los demás, no podemos concederles con nuestro silencio la razón en nombre de un mal entendido respeto y tolerancia. Al fin y al cabo: “Hay caminos que al hombre le parecen rectos, pero que acaban por ser caminos de muerte” (Proverbios 14:12)
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