Una de las prácticas de la iglesia primitiva que no se considera normativa para la iglesia de todas las épocas es la descrita de este modo en el libro de los Hechos de los Apóstoles: “Todos los creyentes estaban juntos y tenían todo en común:vendían sus propiedades y posesiones, y compartían sus bienes entre sí según la necesidad de cada uno… Todos los creyentes eran de un solo sentir y pensar. Nadie consideraba suya ninguna de sus posesiones, sino que las compartían” (Hechos 2:44-45; 4:32).Las razones por las que la iglesia posterior no consideró normativa esta práctica son, en primer lugar, porque no se encuentra ratificada en las epístolas. En segundo lugar, porque fue llevada a cabo bajo la creencia del pronto retorno de Cristo, antes de que la primera generación de creyentes muriera, algo que obviamente no sucedió. Y en tercer lugar, porque la administración de estos bienes por parte de la iglesia, fue guiada por propósitos inmediatistas de corto plazo y sin proyecciones productivas y dejó a la iglesia de Jerusalén sumida en la pobreza al punto de requerir diversas ofrendas por parte de las iglesias gentiles. Sin embargo, los motivos y el espíritu detrás de esta iniciativa deben seguir presentes siempre en la iglesia, pues “No se trata de que otros encuentren alivio mientras que ustedes sufren escasez; es más bien cuestión de igualdad.En las circunstancias actuales la abundancia de ustedes suplirá lo que ellos necesitan, para que a su vez la abundancia de ellos supla lo que ustedes necesitan. Así habrá igualdad, como está escrito: «Ni al que recogió mucho le sobraba, ni al que recogió poco le faltaba.»” (2 Corintios 8:13-15)
Todas las cosas en común
“Aunque tener todo en común no haya sido la práctica más conveniente, sus motivos mantienen toda su validez en la iglesia hoy”
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