Partiendo de la figura por la que el Señor Jesucristo comparó a la iglesia, en el evangelio, con un ejército militante que marcha resueltamente hacia adelante para rodear, derribar y tomar las fortalezas del enemigo y contra la cual: “… las puertas del reino de la muerte no prevalecerán…” (Mateo 16:18); las fortalezas no consisten en primera instancia en esos amplios y muy emblemáticos frentes o espacios de la cultura humana ─como, por ejemplo, el de la política─, en los que Satanás ejerce un innegable dominio al lograr que en ellos prevalezca el sistema de valores que él y sus huestes promueven, caracterizado por los principios de la fuerza, el orgullo, el egoísmo, la codicia, el placer sensual y la voluntad de poder. Porque antes de pretender conquistar estas fortalezas externas con el poder del evangelio, el cristiano debe derribar primero las fortalezas que Satanás, el mundo y la carne han logrado establecer en su interior, por medio de dinámicas pecaminosas recurrentes en el pensamiento, las palabras y la conducta que, como actos reflejos, dominan y determinan muchas de sus reacciones ante los estímulos y situaciones en que se encuentra. La consejería cristiana en el marco de la actividad pastoral, se ocupa de ayudar a los creyentes a identificar estas fortalezas y enseñarles a aplicarles correctamente los recursos provistos por Dios en el evangelio para derribarlas y romper las ataduras a las que dan lugar en la vida de los creyentes, impidiéndoles ejercer la libertad que Cristo nos ha otorgado. Porque, a la postre: “Las armas con que luchamos no son del mundo, sino que tienen el poder divino para derribar fortalezas” (2 Corintios 10:4)
Derribando fortalezas
“La iglesia no debe dejarse sitiar y arrinconar por el enemigo, sino salir a derribar sus puertas y conquistar sus fortalezas”
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