Su buen orden y firmeza

Una vida en orden es un rasgo distintivo en el creyente que viene como resultado de la fe en Cristo y la manera en que Dios comienza a poner orden en nuestro cáotico desorden vital. Pero el orden propio de la fe se refiere, más que a una vida con rutinas rígidamente establecidas o a una agenda que se cumple de manera rigurosa, por más necesarias y provechosas que ambas puedan llegar a ser; a una vida con las prioridades claras y en el orden debido, de tal manera que las rutinas y las agendas habituales estén subordinadas a ellas y abiertas a alteraciones y cambios espontáneos de último momento que honren el orden de prioridades establecidas por el evangelio de tal modo que, cuando haya un conflicto de intereses entre dos o más prioridades diferentes, se sepa dar sabia prelación a la que más convenga en un momento dado, así implique drásticas e incluso molestas alteraciones a nuestras rutinas y agendas cotidianas. Es probable que esto fuera algo de lo que Bonhoeffer tenía en mente cuando dijo: “Debemos estar siempre dispuestos a aceptar que Dios venga a interrumpirnos”. Sin esta necesaria sensibilidad, flexibilidad y apertura de mente, las rutinas rígidas y las agendas rigurosas, más que ser señales de una vida en el orden debido, pueden ser más bien ataduras que nublan nuestra vista y reducen nuestro ángulo de visión, impidiéndonos discernir, ocuparnos y disfrutar de las cosas en las que Dios quiere que nos ocupemos y disfrutemos, contando con su aprobación y haciéndonos merecedores del elogio paulino: “… me alegro al ver su buen orden y la firmeza de su fe en Cristo” (Colosenses 2:5)