Las oraciones de acción de gracias son una de las formas más comunes y frecuentes que adquieren las oraciones en las Escrituras. Y es justo que así sea, pues en realidad, la gratitud hacia Dios abarca tantos aspectos que nunca carecemos de motivos de agradecimiento hacia Él, comenzando por agradecer la existencia misma. Una existencia, además, como seres vivos, ubicados en la parte alta de la escala zoológica de los llamados “seres sintientes”, conscientes de nuestro entorno inmediato y, como seres humanos que somos, con capacidad de razonar, con facultades creativas y con deleite estético, conciencia moral y voluntades autodeterminadas, conscientes de nosotros mismos y de Dios como nuestro Creador y capaces, por Su gracia y Su obra redentora, de amar y relacionarnos con Él y entre nosotros de maneras deleitosas y mutuamente constructivas, íntimamente personales y profundamente satisfactorias para nuestra realización espiritual y el cumplimiento de nuestro llamado y vocación en el mundo, para no pasar por él sin pena ni gloria. En esta perspectiva y contra este trasfondo, todos los demás aspectos se vuelven hasta cierto punto anecdóticos y meramente coyunturales y no deberían, entonces, afectar nuestra disposición básica y continua a la gratitud a la que estamos llamados: “… llenos de gratitud… sean agradecidos… con toda sabiduría; canten salmos, himnos y canciones espirituales a Dios, con gratitud de corazón. Y todo lo que hagan, de palabra o de obra, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios el Padre por medio de él” (Colosenses 2:7; 3:15-17)
El condimento de la gratitud
“La gratitud es por igual el origen del amor a Dios como uno de los mejores condimentos para mantenerlo vivo y activo”
Deja tu comentario