El culto a los ángeles era una actividad promovida por el gnosticismo antiguo, reeditada actualmente por el movimiento de la nueva era con nuevos nombres más sofisticados (maestros ascendidos, espíritus guías, etc.). La existencia de los ángeles siempre se ha prestado a equívocos y desviaciones, aún en el marco de la práctica cristiana. La superstición acecha aquí siempre y amenaza con extraviar de la fe a los incautos. Existe, ciertamente, la tendencia a darle tanta o más relevancia a los ángeles que a Dios debido tal vez a la engañosa percepción, no sin fundamento, de que los ángeles son menos intimidantes, ya que tratar con ellos, con todo y lo fascinante que pueda ser en virtud del poder, belleza y sabiduría superior que se les atribuye; implica sin embargo tratar de criatura a criatura, mientras que tratar con Dios es hacerlo de criatura a Creador. Relacionarse directamente con los ángeles alimenta, entonces, en la persona la sensación de dominio y control sobre los poderes espirituales que es propia de la magia. Los ángeles han sido, por cierto, designados por Dios para el servicio de los redimidos; pero su poder no está sujeto a la voluntad humana sino a la divina, por lo cual es vano y peligroso para nuestra salud espiritual pretender relacionarse con ellos de manera directa de cualquier modo. De hecho, los ángeles de Dios no reciben ninguna forma de adoración humana, como si lo hacen los ángeles caídos, mejor conocidos como demonios, de donde el culto a los ángeles no es más que culto a los demonios, puesto que: “… no es de extrañar, ya que Satanás mismo se disfraza de ángel de luz” (2 Corintios 11:14)
Se disfraza como ángel de luz
“Todo el que logre cultivar una relación directa con un ángel, puede estar seguro de que no es de Dios y lo están engañando”
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