Carlos Marx dijo que “la religión es el opio del pueblo”. Y si bien no podemos estar de acuerdo con esta sentencia, si podría modificarse diciendo que “la religiosidad es el opio del pueblo”. Porque a la sombra de la religiosidad proliferan las apariencias de piedad por las que muchos buscan parecer sin ser realmente. Y es que, como lo dijera el teólogo Cornelius Plantinga: “un rasgo significativo del mal [es que]: para prevalecer, el mal no sólo tiene que robarle al bien poder e inteligencia, sino también credibilidad… No sorprende, entonces, que las personas malas traten de guardar las apariencias… no quieren ser buenas, pero si quieren parecer buenas”. Y las apariencias de piedad es una de las formas más recurrentes, engañosas y censurables de lograrlo. Por esta razón, como nos lo revela Pablo, los servidores de Satanás son los primeros en asumir este tipo de apariencias para fomentarlas igualmente entre sus extraviados y engañados seguidores: “Por eso no es de sorprenderse que sus servidores se disfracen de servidores de la justicia. Su fin corresponderá con lo que merecen sus acciones” (2 Corintios 11:15). Porque más temprano que tarde, estas apariencias quedan expuestas y muestran su inconsistencia de manera dramática, como lo señala el profeta Ezequiel en relación con las fachadas que los anuncios de los falsos profetas levantaban para impedir que los pecados del pueblo quedaran en evidencia y pudieran ser corregidos: “… Echaré por los suelos la pared con su hermosa fachada; sus endebles cimientos quedarán al descubierto. Y, cuando caiga, ustedes perecerán. Así sabrán que yo soy el Señor…” (Ezequiel 13:10-15)
Las apariencias de piedad
“La apariencia de piedad es la más insidiosa y condenable manera en la que se encubren y camuflan los servidores de Satanás”
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