Sanar y salvar son términos tan cercanos entre sí en las Escrituras que en ocasiones son intercambiables. Por eso, teniendo en cuenta que salvar es algo que sólo Dios puede hacer, la sanidad asociada a la salvación también es, en último término, algo reservado a Él. En otras palabras, no podemos ni salvarnos ni curarnos a nosotros mismos. Porque la enfermedad física sólo es un síntoma de la verdadera enfermedad: el pecado. Por eso, sin perjuicio de la participación y de los invaluables aportes de las ciencias médicas a estos temas, una sanidad consistente debe comenzar por la solución divina provista para el pecado en la cruz del calvario. El pecado es la enfermedad por antonomasia que agobia al espíritu humano, al punto que la enfermedad física es con frecuencia sólo una consecuencia de aquel. Resuelto el primero es mucho más probable que se resuelva la segunda de manera fluida y natural, como se ve ratificado en la identificación y tratamiento de las llamadas “enfermedades psicosomáticas”, es decir enfermedades del alma que afectan al cuerpo. Pero en este esquema la prioridad la tiene la salvación y el perdón de pecados antes que la sanidad, pues una vez hecho lo difícil −el perdón y la salvación−, lo fácil −la sanidad− se convierte casi en cuestión de trámite para Dios. Después de todo, el profeta no se presta a equívocos cuando al referirse siete siglos antes al ministerio de Cristo, lo describe en estos términos precisos: “Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores… y gracias a sus heridas fuimos sanados…” (Isaías 53:4-6)
Salvación primero, sanidad después
13 septiembre, 2021
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“La sanidad sigue frecuentemente a la salvación, pero si no podemos tenerlas ambas es mejor obtener la salvación que la sanidad”
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Sobre el autor
Arturo Rojas
Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.
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