“Búsqueda” sería tal vez la palabra que mejor define la existencia humana. La religión ha sido históricamente tal vez la más consciente expresión de esto, pero con el auge de la ciencia, la religión fue relegada e incluso desechada por la ciencia en el propósito de liderar esta búsqueda, dando lugar a la ironía de que los más vehementes promotores de la ciencia y opositores de la religión, terminan proclamando su propia “religión” sustituta: la religión de la ciencia o cientificismo. Charles Colson llamaba así la atención a este contradictorio hecho: “En la edad de la razón, la ciencia se presentó como sustituto de la religión. Pero pocos previeron que en el proceso la ciencia adoptaría las funciones de la religión”. Lo cual es un indicio claro de que la búsqueda fundamental de todo ser humano, como quiera que la llamemos, no es en el fondo más que la búsqueda de Dios. Una búsqueda condenada al fracaso porque nos hemos lanzado a ella partiendo de premisas erradas. La primera, que hemos buscado en lugares equivocados. La segunda, que no buscamos propiamente a Dios sino tan sólo los beneficios o bendiciones que asociamos a Él. La tercera, que no lo hacemos con todo nuestro corazón, es decir, que para la generalidad de las personas éste no es ni mucho menos el primero y principal propósito de su vida, como debería serlo. Y la última y más importante es presumir que quien se encuentra perdido es Dios y no nosotros, cuando la verdad al respecto es que al margen de Cristo “… Todos andábamos perdidos, como ovejas; cada uno seguía su propio camino…” (Isaías 53:4-6)
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