Los ritos son importantes y tienen su legítimo lugar en la práctica saludable de la fe, sobre todo en lo que tiene que ver con sus aspectos comunitarios en el contexto de la iglesia de la que formamos parte. Dios mismo estableció para su pueblo minuciosas prácticas rituales y ceremoniales para poder acceder a Él en el conocido sistema sacrificial revelado en la Ley. Pero asimismo, Dios fue el primero en impugnar estas prácticas cuando el rito degeneraba en liso y llano ritualismo que, en vez de promover las actitudes internas que el rito buscaba originalmente impulsar y fomentar, terminaban convirtiéndolo en un pretexto para encubrir las malas motivaciones y eludir la obediencia a Dios que debería acompañarlo en el contexto de la vida social y las relaciones interpersonales de quien lo llevaba a cabo. Por eso: “»Así dice el Señor Todopoderoso, el Dios de Israel: ‘¡Junten sus holocaustos con sus sacrificios, y cómanse la carne! En verdad, cuando yo saqué de Egipto a sus antepasados, no les dije nada ni les ordené nada acerca de holocaustos y sacrificios.Lo que sí les ordené fue lo siguiente: ‘Obedézcanme. Así yo seré su Dios, y ustedes serán mi pueblo. Condúzcanse conforme a todo lo que yo les ordene, a fin de que les vaya bien.’… «Yo aborrezco sus fiestas religiosas; no me agradan sus cultos solemnes. Aunque me traigan holocaustos y ofrendas de cereal, no los aceptaré, ni prestaré atención a los sacrificios de comunión de novillos cebados… ¡Pero que fluya el derecho como las aguas, y la justicia como arroyo inagotable!” (Jeremías 7:21-23; Amos 5:21-24)
Deja tu comentario