El enfrentamiento entre ciencia y fe escenificado desde la reciente modernidad hasta nuestros días está llamado a recoger, pues nunca ha sido en realidad algo necesario ni mucho menos inevitable. Por lo menos en lo que concierne al cristianismo, en el que ha sido siempre injustificado, a no ser entre sectores extremistas, marginales, fanáticos y no representativos, tanto de la ciencia moderna como del cristianismo histórico, pues, dicho sea de paso, fue gracias a este último que la ciencia moderna se desarrolló. Por eso, en vez de atacarse y descalificarse mutuamente, y en la medida en que ambas tienen como propósito final la búsqueda de la verdad, la ciencia y la teología deberían hacer causa común para combatir y denunciar por igual a la mala ciencia ꟷo más exactamente, a la pseudocienciaꟷ y a la mala teología que les dan mala prensa a ambas, pues en honor a la verdad la ciencia legítima no está en contra de la fe ni de la buena teología basada en la revelación en la Biblia. Ambas son, pues, bendiciones de Dios que, desde su propio frente de trabajo y conforme a la naturaleza particular de su actividad rectamente entendida, contribuyen a la causa de Dios, como lo hacían en su momento Evodia y Síntique, destacadas colaboradoras de Pablo por igual en la iglesia de Filipos, pero cuyos innecesarios desacuerdos entre sí llevaron al apóstol a amonestarlas diciéndoles: “Ruego a Evodia y también a Síntique que se pongan de acuerdo en el Señor” (Filipenses 4:2), algo que se aplica también a la ciencia y a la teología en el campo del pensamiento, tanto dentro como fuera de la iglesia.
Que se pongan de acuerdo en el Señor
“La ciencia y la teología deben ponerse de acuerdo en denunciar la mala ciencia y la mala teología que les dan mala prensa a ambas”
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