Si bien es cierto que, como lo dicen las Escrituras confirmando lo que el sentido común indica: “Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo” (Eclesiastés 3:1), incluyendo, por supuesto, el tiempo que apartamos para nuestras oraciones devocionales formales y el lugar central y habitual que ellas deberían tener en nuestras jornadas, con todas las actividades que las caracterizan; la Biblia también nos instruye sobre la importancia de la oración diciendo, además: “oren sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17). Ahora bien, esto no significa que debemos pasar todo el día en oración sin hacer nada más, interpretación que no deja de ser absurda y que iría, además, en contravía con lo dicho en el Eclesiastés; sino significa más bien que en medio de todas nuestras actividades cotidianas debemos tener siempre una disposición fácil, espontánea y natural hacia la oración. Tal vez nos sirva al respecto lo dicho por el psiquiatra judío Víctor Frankl al afirmar: “no sólo hay diálogos interpersonales, sino diálogos… internos con nosotros mismos… Y en este contexto… cada vez que te diriges a ti mismo de la forma más honesta posible y en completa soledad, la entidad a la que te estás dirigiendo puede muy bien llamarse Dios”. Así, pues, orar sin cesar no sería más que cambiar el enfoque de estos permanentes diálogos internos que sostenemos con nosotros mismos, involucrando a Dios de forma intencional en ellos para que deje de ser un oyente o un espectador pasivo y se convierta más bien en nuestro interlocutor permanente a lo largo de todo el día y de todas nuestras actividades conscientes
Oren sin cesar
“La oración no es sólo una de las actividades más importantes de la vida del cristiano, sino también una de las más continuas”
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