La paz y la seguridad son aspiraciones legítimas del género humano. Pero con frecuencia este anhelo se circunscribe a los aspectos materiales y externos a nosotros, tales como la seguridad que brindan el dinero y los bienes de fortuna y las circunstancias de orden público y social que nos otorguen protección y un entorno pacífico en el cual desenvolvernos. Nada de esto es de desechar. Pero debemos tener cuidado con el fundamento en el que se apoyan y la fuente de la que proceden, pues si estas seguridades no se buscan en Dios en última instancia y en nuestro reconocimiento humilde y devoto de Su realidad y nuestra disposición a darle la gloria que Él merece y a servirlo y obedecerlo como corresponde, estos logros pueden ser muy frágiles y engañosos. La Biblia nos revela que en los últimos tiempos se levantará un dirigente político muy carismático que unirá al mundo bajo su gobierno prometiéndole, precisamente, paz y seguridad, algo que logrará alcanzar mediante acuerdos, convenios y tratados internacionales entre las naciones que hará que los ejércitos alzados en armas el uno contra el otro depongan las hostilidades por el tiempo suficiente para que las naciones piensen que alguien por fin logró una paz política y una seguridad duradera en el mundo sin referencia ni conexión con Dios, pero que serán tan engañosas y frágiles que Dios mismo nos pone sobre aviso al respecto: “Cuando estén diciendo: «Paz y seguridad», vendrá de improviso sobre ellos la destrucción, como le llegan a la mujer encinta los dolores de parto. De ninguna manera podrán escapar” (1 Tesalonicenses 5:3)
Como llegan los dolores de parto
“La seguridad que se basa en las circunstancias favorables y no en Dios contiene en sí misma el germen de su propia destrucción”
Deja tu comentario