La Biblia fomenta el orden en la iglesia, pero no un orden estático e inerte, sino dinámico y vital, propio de un organismo vivo y activo, como debe serlo el cuerpo de Cristo. La doctrina, la tradición y la liturgia proveen un marco de orden y decencia a las reuniones congregacionales formales de la iglesia, pero la compostura y el protocolo ritual no deben nunca ahogar las expresiones y manifestaciones de espontánea y alegre espiritualidad en la iglesia, propiciadas por Dios mismo para renovar la fe y el entusiasmo de los suyos. La iglesia de Corinto puede haber sido una iglesia desordenada en aspectos en los que Pablo interviene en sus epístolas para poner orden, pero a pesar de ello era una iglesia vital. De hecho, la espiritualidad cristiana debe poseer algún grado de sano “desorden” para ser auténtica. Por eso, antes de pretender poner orden en la iglesia, se debe fomentar en ella la libertad del Espíritu, para poder despertarla y garantizar así su imprescindible vitalidad. Únicamente después de esto halla su lugar la admonición paulina que establece finalmente que: “… Dios no es un Dios de desorden sino de paz. Como es costumbre en las congregaciones de los creyentes… Pero todo debe hacerse de una manera apropiada y con orden” (1 Corintios 14:33, 40). De no tener esta precaución, el orden de la iglesia puede ser un síntoma de que está dormida o, incluso, muerta, pues como lo dijo de manera incisiva J. I. Packer: “¡No es difícil que en un cementerio haya orden!”, como nos amonesta también el apóstol: “… Conozco tus obras; tienes fama de estar vivo, pero en realidad estás muerto. ¡Despierta! Reaviva lo que aún es rescatable…” (Apocalipsis 3:1-2)
Orden, desorden y espiritualidad
“El orden no garantiza la vitalidad espiritual, pero el desorden mucho menos pues Dios siempre promueve el orden y la paz”
Deja tu comentario