Nuestros cuerpos son templos de Dios. Dios lo reveló de manera gradual en la historia, aprovechando la ocasión que le brindó el hecho de que los israelitas hubieran llegado a creer, presuntuosa y equivocadamente que, al margen de su conducta, Él no permitiría nunca que Jerusalén cayera en manos enemigas debido a que el templo se encontraba en ella. Pero Dios no ha estado nunca atado ni obligado para con Su templo si en él no es oída, apreciada y practicada Su Palabra. Fue por eso que la gloria divina que había llenado inicialmente el templo, lo abandonó poco a poco por causa de las reiteradas rebeldías del pueblo, dejándolo a merced de sus enemigos, sin que retorne al templo reconstruido hasta que Cristo, Dios mismo hecho hombre, hace de nuevo presencia en él durante su primera venida, sólo para volver a abandonarlo en vista del rechazo de los suyos. Es por eso que en el Nuevo Testamento el templo de Jerusalén deja de ostentar la relevancia que había tenido en el elaborado ritual de judío de ofrendas, sacrificios y holocaustos, concluyendo con la constitución y establecimiento de los creyentes, de manera individual y colectiva, como “templos del Espíritu Santo”, determinación sancionada con la destrucción del templo de Jerusalén por los romanos en el 70 d.C. que hizo impracticable, a partir de entonces y hasta hoy, todo el ritual alrededor de él, pues: “¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?… Ustedes no son sus propios dueños; fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios” (1 Corintios 3:16; 6:19-20)
Nuestro cuerpo: templo del Espíritu
“Los creyentes debemos esmerarnos por cuidar nuestro cuerpo y honrar a Dios con él como templos del Espíritu que somos”.
Muchas gracias mi estimado pastor, excelente enseñanzas, Dios le siga dando mucha sabiduría.
Gracias Jaime. Que así sea. Y que te aproveche. Saludos