La postura bíblica hacia las riquezas no es ni de condenación, ni de aprobación irrestricta, pues las riquezas no son el problema, sino nuestra actitud hacia ellas. Así, pues, lo malo no son las riquezas en sí mismas, sino el amor a ellas. Dios espera, entonces, que recibamos la provisión material con gratitud hacia Él, que es Quien en último término ꟷindependientemente de los medios utilizados para elloꟷ, nos provee de todo lo que necesitamos, y en especial, que lo hagamos cuando nos provee con suficiente solvencia o eventual abundancia, más allá de nuestras necesidades básicas, como expresión de su generosa bendición. Pero al mismo tiempo, nos advierte para que no pongamos nuestra confianza en el dinero y los bienes materiales, exponiéndonos a la codicia, por una parte, o a la ansiedad y la preocupación desmedidas, por la otra. Así, pues, a la par con la gratitud, el creyente también debe cultivar un desapego de las riquezas, pues el apego a ellas termina más temprano que tarde alejándonos de nuestra dependencia humilde de Dios y de la solidaridad, empatía y compasión con quienes nos rodean en sus necesidades. Por todo esto, la instrucción bíblica al respecto para los creyentes y en especial para quienes disfrutan de prosperidad económica es la siguiente: “A los ricos de este mundo, mándales que no sean arrogantes ni pongan su esperanza en las riquezas, que son tan inseguras, sino en Dios, que nos provee de todo en abundancia para que lo disfrutemos. Mándales que hagan el bien, que sean ricos en buenas obras, y generosos, dispuestos a compartir lo que tienen” (1 Timoteo 6:17-18)
No pongan la esperanza en las riquezas
“Dios no sólo provee lo necesario con exactitud, sino con abundancia para que lo disfrutemos y compartamos con los demás”
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