Sin perjuicio de la repetida exhortación que se nos dirige a ser valientes que encontramos en la Biblia, actitud recomendable que se halla a medio camino entre los censurables extremos de la cobardía por un lado y la temeridad por el otro; las exhortaciones puntuales a huir también se hallan presentes en las Escrituras, en particular la dirigida a Israel en el Antiguo Testamento a salir y huir de Babilonia que, más que fomentar el regreso literal a la tierra de Israel de todos los judíos allí exiliados, es una advertencia para huir del ámbito de influencia del paganismo y la idolatría de Babilonia para no contaminarse con él y tener que afrontar su misma suerte, pues este imperio tipifica en las Escrituras a todos los sistemas políticos y espirituales opuestos y antagónicos a Dios. Y en el Nuevo Testamento, la instrucción de huir se le dirigió en principio a la iglesia formada por los cristianos procedentes del judaísmo para que no permanecieran en Jerusalén en vista de la destrucción de la que esta ciudad iba a ser objeto por parte de los romanos y luego, para que huyeran también de las ciudades que no recibieran el evangelio, sino que levantaran más bien la persecución contra ellos, algo que la iglesia primitiva obedeció en ambos casos, sin dejar de mostrar una ejemplar valentía cuando el martirio llegó a ser inevitable. Y en lo que tiene que ver con las dinámicas autodestructivas a las que la codicia da lugar y por contraste y oposición a ellas, la Biblia nos ordena: “Tú, en cambio, hombre de Dios, huye de todo eso, y esmérate en seguir la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia y la humildad” (1 Timoteo 6:11)
Huye de todo eso
“El cristiano debe ser valiente, pero no temerario. El valiente sabe huir prudentemente cuando es necesario. El temerario no”
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