Una cosa es la cobardía y el temor paralizante que inhibe cualquier tipo de acción provechosa por parte de la persona y otra la prudencia, la sensatez y el dominio propio que inhibe las acciones desafiantes, innecesariamente temerarias y arriesgadas, o las acciones pecaminosas autodestructivas a las que nuestra carne nos atrae e inclina. Porque la idea que transmite la expresión “dominio propio” no es exactamente la de una actitud pasiva, pusilánime o tímida ante la vida, ni tampoco se limita a señalar tan sólo la facultad para refrenar con éxito las actitudes negativas o los impulsos procedentes de la naturaleza pecaminosa; sino que consiste también en la disponibilidad de un gran poder o fuerza interior sobre la cual ejercemos completo control y que sabemos canalizar y enfocar en lo que en verdad importa y vale la pena: “Pues Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7). El libro de Proverbios declara: “Más vale ser paciente que valiente; más vale dominarse a sí mismo que conquistar ciudades” (Proverbios 16:32), siendo, pues, la paciencia un aspecto acompañante del dominio propio que distingue la calculada y reflexiva valentía de la temeridad impulsiva, impetuosa e insensata que nos conduce a la boca del lobo o nos embarca en empresas que nos superan y a las que no estábamos en realidad llamados. El dominio propio es, pues, el correcto ejercicio de nuestra razón y nuestra voluntad en pro de esa manifestación práctica de sabiduría por parte de quien lo ejerce, que nos permite seleccionar acertadamente lo que debemos hacer y dejar de hacer
Más vale dominarse a sí mismo
“El dominio propio no consiste en carecer de poder, sino en ejercer sobre éste el control sabio y razonable que Dios nos otorga”
Deja tu comentario