Justicia es uno de los anhelos y clamores más sentidos y universales que el ser humano ha elevado al cielo a lo largo de su historia. Más allá del hecho revelado por Dios y confirmado por la experiencia de toda persona lúcida, honesta y desprejuiciada en el sentido de que bajo las actuales condiciones de la existencia ningún ser humano es absolutamente justo, lo cierto es que aun reconociendo y lamentando nuestras propias injusticias, seguimos anhelando un mundo y una sociedad justa e ideal en la que todas las cosas funcionen como deberían. Esta aspiración es la que se refleja en todas las imaginarias utopías humanas que existen en la literatura de las diversas culturas, paganas y cristianas por igual y su siempre fracasado intento de realización en la historia, destacándose en particular entre estos fracasos, por el marcado contraste entre sus elevadas aspiraciones y su resultado final, el anhelado “milenio comunista” de Marx con la presunta “dictadura del proletariado”. A raíz de esto Kant sostenía que nuestro ineludible sentido ético que nos permite distinguir entre el bien y el mal e identificar las injusticias requiere a Dios como el garante de que algún día se hará justicia y C. S. Lewis afirmaba también que si no podemos desprendernos de esta aspiración y anhelo es porque fuimos diseñados para que éste sea algún día satisfecho, pues como lo declara el salmista: “¿Acaso no oirá el que nos hizo los oídos ni podrá ver el que nos formó los ojos? ¿Y no habrá de castigar el que corrige a las naciones e imparte conocimiento a todo ser humano?” (Salmo 94:9-10)
¿No habrá de castigar el que corrige?
"Un sólido argumento a favor de la existencia de Dios es el vulnerado sentido de justicia que todos los seres humanos sin excepción experimentamos”






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