La defensa de la libertad de examen y de conciencia fue uno de los baluartes que impulsó la Reforma Protestante, enfocada especialmente en la defensa del libre acceso de todos los creyentes a la Biblia en su propio idioma y la consecuente capacidad de examinarla por sí mismos y confirmar de primera mano y en conciencia su contenido y las interpretaciones oficiales de ella hechas por las autoridades eclesiásticas. Sin embargo, la libertad de examen y de conciencia cobija también todas las acciones que no están expresamente prohibidas, ordenadas ni reglamentadas en las Escrituras, regidas entonces, entre otros, por los siguientes criterios: “«Todo me está permitido», pero no todo es para mi bien. «Todo me está permitido», pero no dejaré que nada me domine” (1 Corintios 6:12). Así, pues, todo lo que es lícito o permitido por Dios debe evaluarse estableciendo, entonces, si es para nuestro bien, y si no lo es, debemos abstenernos de hacerlo, así sea lícito y permitido. Y uno de los indicadores más claros de que algo no está obrando para nuestro bien es que comience a ejercer un dominio compulsivo sobre nuestras vidas como el que caracteriza las dinámicas adictivas de todo tipo y no únicamente la que acompaña aquellas sustancias cuyo tráfico y consumo está prohibido y castigado por la ley, sino también actividades permitidas y legalmente lícitas como el juego, el consumo de bebidas alcohólicas y, últimamente, la adicción a internet y a las redes sociales que hace presa de cada vez más personas en el tecnificado mundo moderno en perjuicio de la calidad de vida del hombre de hoy
No dejaré que nada me domine
“En el momento en que algo que está permitido comienza a dominar nuestra vida, se convierte en algo prohibido para nosotros”
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