Las religiones de la interioridad del Lejano Oriente como el brahamanismo, el hinduismo y el budismo, en sus versiones más místicas promueven una unión con el Todo o Brahmán al que la Nueva Era designa como “la conciencia universal” y en cuya unión el individuo o atman se sumerge, perdiendo sus rasgos individuales para ser absorbido por el Todo; algo que, en honor a la verdad no parece muy deseable, por lo menos en las sociedades occidentales, mucho menos dispuestas que las más gregarias sociedades orientales a sacrificar sus libertades en aras del orden institucional y del presunto bien común tal y como lo conciben sus gobernantes. Porque es innegable que, a pesar de todos los aspectos contradictorios y autodestructivos de nuestra particular y única personalidad; “liberarnos” de nuestra condición de individuos no deja de ser una pérdida, pues la condición de personas conscientes de sí mismas y con capacidad de deliberar, decidir y responsabilizarnos por nuestros actos que todos y cada uno de los seres humanos poseemos en mayor o menor grado, es de lejos la mayor riqueza y privilegio de los que disfrutamos los hombres como resultado de la imagen y semejanza divinas plasmadas por Dios en cada uno de nosotros. Por eso la unión del creyente con Dios en Cristo: “Pero el que se une al Señor se hace uno con él en espíritu” (1 Corintios 6:17), es de tales características que en ella no hay que sacrificar la individualidad única y personal que nos identifica, sino que, por el contrario, llegamos a ser con toda propiedad y en íntima unidad con Dios, los individuos con nombre propio que estábamos llamados a ser
La unión con Dios
“Sólo Dios puede llevar a cabo una unión tal con el creyente que éste último no se vea anulado ni pierde su individualidad en Él”
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