El cristiano debe estar dispuesto a marchar en contravía con las tendencias del mundo sin tener temor a desentonar al verse obligado por su conciencia a nadar contra la corriente de las multitudes. Pero es justo cuando las circunstancias así lo requieren que debemos marcar diferencias con el mundo y buscar, antes que la aprobación humana, la aprobación de Dios. Martín Lutero lo ilustró bien cuando fue conminado en la Dieta de Worms a retractarse de sus escritos por todas las autoridades en pleno de su época, tanto religiosas como civiles, encontrándose prácticamente solo en sus denuncias y posiciones teológicas, sin el respaldo de los poderosos y con una sentencia de muerte amenazándolo si no se retractaba; por lo que solicitó 24 horas para reconsiderarlo antes de comparecer de nuevo al día siguiente para dar una respuesta a las demandas de retractarse. Dicen sus biógrafos que esa noche no pudo dormir, sino que tuvo su propio Getsemaní al pasar la noche en vela en agónica oración para buscar la guía de Dios y asegurarse de saber si contaba o no con su aprobación, y al tener la convicción de que así era, se ratificó en todo lo que había escrito, sin tratar de evitar las consecuencias que esto pudiera haber tenido para él de no haber intervenido Federico el Grande, el elector de Sajonia, para librarlo providencialmente de una muerte segura. Pero en medio de esta dificultad, el reformador no estaba más que siguiendo el ejemplo del apóstol: “¿Qué busco con esto: ganarme la aprobación humana o la de Dios? ¿Piensan que procuro agradar a los demás? Si yo buscara agradar a otros, no sería siervo de Cristo” (Gálatas 1:10)
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