Designio providencial y destino manifiesto son dos nociones derivadas de la soberanía de Dios por la cual Él hace finalmente lo que quiere, que se superponen la una a la otra, siendo el designio providencial el llamado específico y particular que Dios formula a una cantidad significativa de individuos de una nación, y el destino manifiesto la forma en que esos llamados individuales van moldeando y definiendo el destino de la nación de la que forman parte. Por supuesto, de una manera cabalmente incomprensible, ni el designio providencial ni el destino manifiesto anulan el albedrío o la capacidad consciente y voluntaria de respuesta de los individuos particulares al llamado específico que Dios les formula, como lo hizo el profeta Isaías, según lo citamos en su momento: “Entonces oí la voz del Señor que decía: -¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros? Y respondí: -Aquí estoy. ¡Envíame a mí!” (Isaías 6:8). Pero al mismo tiempo, estas respuestas favorables al llamado de Dios por parte de estos personajes vienen precedidas por la elección irrevocable que Dios hace de ellos antes de que siquiera hayan nacido, como lo ilustra el profeta Jeremías en el Antiguo Testamento: “La palabra del Señor vino a mí: «Antes de formarte en el vientre, ya te había elegido; antes de que nacieras, ya te había apartado; te había nombrado profeta para las naciones»” (Jeremías 1:4-5), y lo ratifica el apóstol en el Nuevo: “Sin embargo, Dios me había apartado desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia. Cuando él tuvo a bien revelarme a su Hijo para que yo lo predicara entre los gentiles, no consulté con nadie” (Gálatas 1:15-16)
Elegidos desde el vientre
“El destino de una nación depende de que sus miembros adquieran comprometida conciencia de su llamado providencial particular”
Deja tu comentario