La Biblia dice que Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y por los siglos y que en Dios no hay mudanza ni sombra de variación. De estas declaraciones y otras del mismo estilo en la Biblia la teología ha formulado la llamada “invariabilidad” como uno de los atributos propios de Dios, que significa que Él no cambia a través del tiempo y que su carácter permanece siempre invariable, para nuestra tranquilidad, pues de este modo podemos estar seguros de que Dios no es caprichoso ni arbitrario, sino que permanece fiel a lo que nos ha revelado de sí mismo en la Biblia y en Jesucristo y podemos, por tanto, saber a qué atenernos en relación con Él. Sin embargo, la invariabilidad del carácter de Dios en relación con sus criaturas en general y los seres humanos en particular ꟷquienes, a diferencia Suya, estamos en continuo cambio físico creciendo o deteriorándonos en el tiempo, y nuestros caracteres también, afianzándose para bien o para mal en nuestra edad madura y nuestra vejezꟷ, no significa que Él sea previsible en todas sus actuaciones y actúe en nuestras vidas siempre como nosotros lo esperaríamos, puesto que sus pensamientos y sus caminos son siempre más altos que los nuestros y, por lo mismo, en muchos casos incomprensibles y misteriosos para nosotros, teniendo tan sólo la siguiente consoladora garantía de Su parte: “Al que puede hacer muchísimo más que todo lo que podamos imaginarnos o pedir, por el poder que obra eficazmente en nosotros… Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, donde está el Padre que creó las lumbreras celestes, y que no cambia como los astros ni se mueve como las sombras” (Efesios 3:20; Santiago 1:17)
Más de lo que imaginamos
“Dios es invariable en su carácter que no cambia, pero imprevisible en sus actuaciones que siempre nos sorprenden”
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