Nada ilustra mejor esta afirmación que la historia de Charles Plumb, un orador motivacional que fue piloto de un bombardero en la guerra de Vietnam quien, después de muchas misiones de combate, fue derribado y salvó su vida gracias a que se eyectó de su avión en su paracaídas. Años después, estando en un restaurante, un hombre a quien no conocía lo saludó diciéndole: “Hola, usted es Charles Plumb, era piloto en Vietnam y lo derribaron, verdad?”, a lo que preguntó sorprendido “Y usted, ¿cómo sabe eso?”, recibiendo como respuesta: “Porque yo empacaba su paracaídas. Parece que le funcionó bien, ¿verdad?”. Plumb quedó impactado y no pudo dormir esa noche, meditando en las muchas veces que se cruzó en el portaviones con ese humilde marinero que hacía bien y laboriosamente su trabajo, pero ni siquiera le dirigió la mirada ni lo saludó, pues él era un arrogante piloto de combate. Desde entonces inicia sus conferencias motivacionales preguntando a la audiencia: “¿Quién empacó hoy tu paracaídas?”. Lección que Pablo ya nos impartió cuando nos reveló que en la iglesia con especialidad: “Al contrario, los miembros del cuerpo que parecen más débiles son indispensables, y a los que nos parecen menos honrosos los tratamos con honra especial. Y se les trata con especial modestia a los miembros que nos parecen menos presentables, mientras que los más presentables no requieren trato especial. Así Dios ha dispuesto los miembros de nuestro cuerpo, dando mayor honra a los que menos tenían, a fin de que no haya división en el cuerpo, sino que sus miembros se preocupen por igual unos por otros” (1 Corintios 12:22-25)
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