La etimología del verbo bautizar significa “sumergir”, razón por la cual el bautismo en agua, rito de iniciación por excelencia del cristianismo, era hecho en el Nuevo Testamento de manera sistemática por inmersión y no por aspersión, como lo hace la iglesia católica romana. Pero la Biblia habla de otra clase de bautismo experimentado por los creyentes, llevado a cabo por el Espíritu Santo con cada uno de nosotros. El bautismo en el cuerpo de Cristo ─es decir la iglesia o asamblea de creyentes─ al que Pablo hace alusión con estas palabras: “Todos fuimos bautizados por un solo Espíritu para constituir un solo cuerpo -ya seamos judíos o gentiles, esclavos o libres-, y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Corintios 12:13). Este bautismo consiste, entonces, en el acto por el cual Dios, por medio de su Espíritu, nos introduce o “sumerge” en el interior de Su iglesia, llegando a formar parte de ella como miembros en toda propiedad, responsabilidad y privilegio. Ahora bien, debido a que esta es una experiencia más bien subjetiva para la cual no existen evidencias palpables visibles de forma inmediata e inequívoca que nos permitan verificarla y demostrarla sin discusión; la tradición cristiana reformada se refiere a la iglesia visible, es decir las congregaciones de personas reunidas en los templos que profesan el cristianismo, y a la iglesia invisible, siendo esta última la verdadera, formada, por supuesto, por buena parte de quienes se congregan, pero no en un cien por ciento, pues también hay en ella un porcentaje menor de quienes no lo hacen, pues así como en la iglesia visible no todos los que están, son; tampoco todos los que son, están
Bautizados para constituir un cuerpo
“Cristo es la cabeza de la iglesia como cuerpo, pero el Espíritu Santo es Quien nos faculta para ser miembros de este cuerpo”
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