Hace un par de segmentos atrás veíamos que la Biblia describe, en 1 Corintios 2:14, la condición del no creyente como la de alguien que “no tiene el Espíritu”, es decir, el hombre “mundano”, “animal” o “natural”, como lo traducen también otras versiones de la Biblia; incapaz, como tal, de discernir y entender los asuntos espirituales tal y como Dios nos los revela de manera sobrenatural en la Biblia bajo la inspiración del Espíritu Santo, para todo efecto práctico en su vida. Esta descripción no busca, por supuesto, justificar esta condición, sino, precisamente, censurarla e invitar a quien se encuentra en ella a abandonarla cuanto antes. De igual modo, cuando la Biblia describe enseguida a los creyentes en la iglesia como “carnales” o inmaduros, por contraste con los maduros o “espirituales”, no está justificando ni avalando tampoco la condición de “carnales” que muchos cristianos ostentan en la iglesia, sino denunciándola para que ninguno permanezca por mucho tiempo en ella, exponiéndose de este modo a los peligros que esta condición trae aparejados para su relación con Dios y su actual calidad de vida. La condición que el cristiano está, pues, llamado a ostentar es la del maduro o “espiritual” y cualquier otra, como la “carnal”, es una condición disfuncional: “Yo, hermanos, no pude dirigirme a ustedes como a espirituales sino como a inmaduros, apenas niños en Cristo. Les di leche porque no podían asimilar alimento sólido, ni pueden todavía, pues aún son inmaduros. Mientras haya entre ustedes celos y contiendas, ¿no serán inmaduros? ¿Acaso no se están comportando según criterios meramente humanos?” (1 Corintios 3:1-3)
Leche y no alimento sólido
“Es una lástima que en la iglesia abunden los creyentes ‘carnales’, pues por naturaleza el cristiano debería ser espiritual”.
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