La Biblia deja así constancia de un hecho literal que todos los hombres hemos podido constatar, y del que Moisés da cuenta con estas palabas dirigidas a Dios: “Tú haces que los hombres vuelvan al polvo, cuando dices: «¡Vuélvanse al polvo, mortales!»” (Salmo 90:3). El polvo y la ceniza son, por lo pronto entonces, el destino de nuestros cuerpos mortales. Pero el polvo y la ceniza poseen también un rico significado simbólico en la Biblia. En el libro de Job aluden a nuestra pequeñez e indignidad ante Dios y entre los judíos están materialmente asociados a las situaciones de duelo, dolor, desgracia y vergüenza para expresar esta condición de forma gráfica y visible. También los encontramos mencionados en relación con la esterilidad e improductividad de la tierra como juicio divino sobre la desobediencia, para señalar la vanidad e inutilidad de los ídolos y para denunciar las apariencias de piedad. La ceniza aparece también en los juicios condenatorios de Satanás y en los de Sodoma y Gomorra, pero se hallan asociados por igual a la humillación y el clamor delante de Dios en la oración intercesora y al arrepentimiento y el perdón que Dios nos brinda en el curso de ella. Finalmente, en esta enumeración, también formaba parte de los rituales de purificación en la ley, como lo leemos incidentalmente en la epístola a los Hebreos: “La sangre de machos cabríos y de toros, y las cenizas de una novilla rociadas sobre personas impuras, las santifican de modo que quedan limpias por fuera…” (Hebreos 9:13), por contraste con la sangre de Cristo que nos limpia y purifica internamente
Las cenizas de una novilla
"La Biblia se refiere a la condición mortal frágil, efímera y perecedera del hombre natural caído e irredento con la imagen del polvo y la ceniza”






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